Corregir a los hijos no es insultarlos ni humillarlos.
- Regañarlos no es gritarles ni proyectar sobre ellos sentimientos de temor y culpa exagerados.
- Ordenar no es suplicar con tono lastimero, ni sugerir; a veces hay que sugerir respetando la autonomía. Otras, hay que ordenar, pero con claridad y sin confusión entre una y otra.
- Mandar no significa atropellar; debe considerarse la capacidad del hijo, sus propias limitaciones y las ocasiones en que, a pesar de haber puesto todo su esfuerzo, el resultado no se obtuvo por causas ajenas.
- Rectificar no es claudicar; si reconocemos como padres que nos equivocamos, saber rectificar e, incluso, ofrecer una disculpa, no significa una abdicación del deber de ejercer la autoridad. Es dar ejemplo de humildad.
- Mantener clara, en la práctica, la distinción entre un erro9r y una falla. Un error no ha de ser nunca censurado ni castigado; sólo analizado para obtener el beneficio de la experiencia. Una falta ha de ser, en cambio, reprendida como una debilidad que deberá ser superada.
- Premiar y reprender con serenidad, nunca con alteración ni con exceso.
- Premiar siempre con medida y no necesariamente con beneficios o ventajas materiales sino con merecido reconocimiento.
- Reprender siempre con serenidad, justicia y brevedad, sin alargar innecesariamente las escenas desagradables que convierten la corrección en ineficaz recriminación.
- Añadir el toque primordial, cuando se está educando/formando, el ejemplo, los hijos recuerdan lo que los padres viven. Y repetirán e imitarán todo aquello que nosotros hagamos.
Y no nos olvidemos de que ante todo hay que dar amor y demostrarlo en todo momento.
Tomado de Hazel N., Luis. “Cómo Hacer Triunfadores a los Hijos”. Editorial Época. 2008
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