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jueves, 28 de enero de 2010

Aprendizaje en valores y conductas en familia 2

Vivir los valores

Otro punto relativo a este ámbito es que la culpa de esos fracasos a los que antes me refería la tiene precisamente la falta de atención; los niños no prestan atención ni en clase ni a sus padres, como se descuiden. Es casi una enfermedad. Pero ¿saben a qué se debe?

En general, y sin querer resultar categórico, al exceso de televisión, aunque tenemos el remedio. Efectivamente, sabemos qué hay que hacer para que un niño de seis, siete, ocho o nueve años preste atención, y no todo consiste en que haya ejercitado a tiempo la memoria: luego deben querer estudiar o, lo que es lo mismo, deben tener fuerza de voluntad, constancia, fortaleza, capacidad de esfuerzo, y el logro de todas estas virtudes no están en otras manos que no sean las de sus padres. Los hijos claro que quieren, lo que pasa es que suelen querer las cosas buenas, entonces, si todo esto se presenta como bueno también lo querrán. Por supuesto que nunca contamos con la seguridad de que el sistema resulte al cien por cien, ya que la libertad existe por todos los lados; no obstante, la probabilidad de que esos niños no tengan fracasos escolares es muy alta, y eso está, como digo, en manos de los padres.

Entonces, la memoria, como los idiomas o la música, potencia las neuronas, y si conseguimos que nuestro hijo tenga unas neuronas ricas, muy bien conectadas, podrá usarlas para otras cosas: para las matemáticas, para la ciencias, para la química o siquiera para hablar en público. ¿Por qué? Porque le hemos potenciado el nivel del cerebro, «con lo cual -diremos-, es listo». ¿Cómo su padre? ¿Acaso como su madre? No, hombre, no, gracias a la labor de ambos. Quizá a partir de ahí podamos ayudarle a ser imaginativo, creativo y muchas otras cosas más.


Los valores
Pero pasemos a los valores de los que antes les hablaba. Ya hemos conseguido que el niño tenga memoria y que preste atención porque sabemos lo que hay que hacer para que así sea; ahora bien, ¿qué sucede con algo que acabo de mencionar: con la fuerza de voluntad, con ser ordenado, con tener espíritu de sacrificio y constancia, con saber seguir estudiando de un libro y no distraerse?

Pues que también hay un momento, una edad ideal, para desarrollar cada uno de estos y otros valores, así que, por tanto, también en este punto deben aprovechar los padres los conocimientos sobre esas épocas ideales de potenciación de diversas actitudes.
¿Por qué? Porque cuando un individuo crece en un valor determinado, el que sea, crece en todo como persona, al igual que se hunde como persona cuando uno solo de sus posibles valores se da por perdido.

Así, con respecto a cuestiones como la solidaridad, su periodo sensitivo se encuentra en la adolescencia de todo individuo. Entre los 15 y los 16 años, un joven es capaz hasta de dar la vida por el prójimo; sin embargo, no le vayan con esas monsergas a un niño de siete u ocho años, porque el asunto no le dice nada. Y al igual que entiende de solidaridad, el adolescente entiende de justicia social, tanto si es positiva como si es negativa.


El orden:
De orden, en cambio, sí entienden siendo casi recién nacidos y en los primeros años de vida; o mejor dicho, no es que entiendan de orden, sino que ése es el periodo sensitivo para potenciar tal valor, ya que por esa época es cuando más les gusta que las cosas estén en su sitio y siempre en el mismo. De hecho, prueben con un niño de tres añitos: díganle que van a jugar al escondite, que van a coger los zapatos del colegio y que los van a dejar guardados en un cajón, con las puntas puestas de una manera determinada. Si después del juego, y tras haber tenido que buscarlos, le dicen que vuelva a guardarlos, los llevará exactamente al mismo sitio en el que fueron escondidos, incluso con las puntas colocadas de la misma forma.

¿A qué se debe? A que está en la época de su vida en la que más le va a gustar el orden. O sea, que el método ideal para que lo siga apreciando posteriormente es que le enseñemos a que vaya cogiendo diversos elementos (cuentos, juguetes) y vaya dejando cada uno en su sitio antes de coger el siguiente. Ellos lo captan enseguida y les encanta, y a nosotros nos facilita la tarea para próximas ocasiones, cuando deban guardar un orden en las comidas, a la hora de dormir, etc.

¿Por qué? Porque ya hemos comenzado a estructurar su cerebro de forma que el acatamiento de unas normas necesarias le cueste mucho menos. De hecho, llega a tal punto la obsesión por el orden de algunos niños que piensan que incluso ellos tienen su propio sitio, y si la primera vez se esconden detrás de la cortina tengan casi por seguro que siempre será ése su lugar elegido. Pero lo realmente importante de todo esto es que, como digo, el proceso inicial facilitará que le guste sentarse en el mismo lugar o usar la misma cuchara, por ejemplo, ya que les hemos inculcado en el momento adecuado el valor del orden y les hemos hecho ordenados para siempre.

La sinceridad
La sinceridad, por su parte, tiene su periodo sensitivo algo más tarde, con unos cinco, seis o siete años, y la responsabilidad, con nueve diez u once. Ahora bien, si probamos a pedirle responsabilidad a una niña de siete u ocho años estará encantada de ayudar, y podemos lograr que lo haga con orden, terminando lo que empiece. Es más, como se lo pidamos mucho se pasará el día preguntando en qué nos puede ayudar. O sea, que se trata de ir poniendo valores y virtudes en su lugar correspondiente.

La amistad
En cuanto a la amistad, la más fuerte se desarrolla de los doce a los catorce años, por lo que antes deben estar preparados si no queremos exponernos a que tengan malas compañías que destrocen a nuestros hijos y sí, en cambio, que tengan tan sólo buenos amigos, de confianza, puesto que ellos les ayudarán a construir su personalidad positivamente. Para ello, los padres deben hablar con los pequeños cuando éstos cuenten con edades comprendidas entre los seis y los nueve años, y deben explicarles la diferencia entre un cómplice que les provoque a hacer cosas mal, un compañero que solamente está de paso, y un amigo que les beneficie. Así, lograrán que los niños les cuenten quiénes son de la primera categoría y quiénes de la segunda.

Los hábitos
Y ya que he entrado en materia, me gustaría comentar algo que para muchos padres ha supuesto un cambio en la educación: cómo se adquieren los hábitos. Si a mí me hubieran preguntado por ello, hubiera contestado que los hábitos son actos repetidos; sin embargo, hoy sabemos que no basta con estos actos repetidos, que los hábitos dejan rastro en el cerebro, una especie de huella, cuando se adquieren y que esa huella es para toda la vida, imborrable. Es decir, se puede tener la huella del desorden al lado de la del orden, pero la primera nunca anula la segunda; por lo tanto, cada vez que se adquiere un hábito, bueno o malo, se queda grabado para poderlo usar o no en veces posteriores.

Educar en Hábitos
Así que educar en hábitos es importantísimo y realmente rentable porque a pesar de suponer un esfuerzo es algo que estás dando para siempre. Y estoy hablando de hábitos de cualquier tipo, que quedan impregnados en nosotros como ocurre con los de fumar o beber, que son hábitos que cuesta dejar (en el caso del fumar, ya sabemos que por mucho que intentemos evitarlo cuesta lo suyo, aunque al menos siempre podemos crear otro hábito paralelo que es el de dejar de fumar, con el peligro, eso sí, de volver a caer a las primeras de cambio).

Conferencia (extracto 2) del D. Fernando Corominas
Presidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación
Bilbao, 6 de Mayo de 2002

1 comentario:

  1. La relación entre memoria y valores es una posibilidad de corto, mediano y largo plazo.

    Corto plazo vividos en el día a día.
    Mediano plazo, cuando los educadores recuerdan aquellos valores que de repente se guardan.
    Largo plazo, cuando se recogen los frutos de los sembrado.

    Itziar Zubillaga

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