La presencia materna en la infancia y la niñez
La madre es la persona principal y de mayor trascendencia para el niño. Su papel inicia desde la concepción hasta el resto de la vida. La etapa del desarrollo humano de más necesidad materna, aunque todas lo son, es la infancia y de ahí le sigue en importancia la niñez y la adolescencia.
La madre funge como desarrolladora de la personalidad del infante y del niño desde un primer plano, incluyendo la estabilidad de la familia. Las actitudes maternas son cruciales para un desarrollo adecuado de la infancia y la niñez.
Al término maternidad se le atribuye la siguiente definición y características: conductas, sentimientos y fantasías de la mujer hacia cada hijo. Es la actividad más profunda, comprometida y crítica que se le presenta a la mujer.
El papel de la madre en la crianza de los hijos se debe a dos razones:
Ø Natural: es lo que el propio sexo pide de manera innata.
Ø Social: con base en tradiciones, costumbres, reglas morales, reglas sociales, organización social.
La maternidad es una experiencia individual, única, de y para cada hijo, no sólo como proceso biológico (concepción y embarazo), sino también como una unidad psicológica que resume numerosas experiencias, deseos y temores que han precedido años antes y que se ven reflejadas realmente al momento de la maternidad.
Cabe recordar que las relaciones madre-hijo son a partir del momento de la gestación. La madre satisface y provee al niño desde la concepción de todos y cada uno de sus requerimientos.
La función materna es esencial y conlleva el buen desarrollo del niño. La madre debe cuidarse, atenderse, educarse física, cognoscitiva, afectiva, social y espiritualmente para así poder transmitir lo que es, lo que hace y lo que tiene.
Especificando las funciones de la madre se puede decir que el cuidado y el afecto maternal bueno y deseable surge de la empatía de la madre hacia el hijo, identificándose en su totalidad y reconociendo al bebé como una persona. Es necesario que satisfaga todas las necesidades del niño (en los meses de gestación y primeros de vida), pero no sólo por cumplir, sino que hacerlo con gusto, agrado, satisfacción y aceptación. Esta relación no debe prolongarse por siempre, ya que el niño, por sí mismo, reclamará dependencia compartida. Es ella quien al principio otorga seguridad al infante para que aprenda a manejar su mundo interno y externo; para logre identificarse como un ser individual.
El niño pequeño y el cuidado materno se pertenecen mutuamente y son inseparables.
La madre tiene que ir desprendiéndose del infante poco a poco para propiciar una educación integral. Esto conlleva tres etapas:
Dependencia absoluta
El infante depende totalmente de la madre y ella se aboca por completo a su cuidado y protección. Esto se debe dar durante las etapas: prenatal (gestación), perinatal (nacimiento) y postnatal (los 3 primeros meses de vida). Después de la etapa postnatal, es conveniente que la madre inicie una separación del infante para que la criatura pueda iniciar el desarrollo de su pensamiento y de su actuar, sin significar esto que se le deje de atender, sino que inician los tiempos breves de espera para satisfacer sus necesidades.
Dependencia relativa
Inicia la adaptación a la realidad. La madre proporciona elementos del contexto para que el niño inicie la construcción de su propia identificación y de lo que le rodea a través de la sensopercepción, por lo que sus sentidos externos e internos (vista, oído, tacto, gusto, olfato, movimiento y equilibrio) se empiezan a educar. Con base en la sensopercepción el niño descubre y asimila por atención y memoria percepciones “buenas y malas”. La madre sigue satisfaciendo necesidades pero no con la inmediatez de la etapa anterior, inicia la demora. El acercamiento y la manipulación de los objetos, permiten al niño cruzar el puente de su mundo interno y externo.
La sonrisa de la madre enseña al niño a expresarse y a reconocer a otros.
La caminata del niño permite, además de locomoción, cobrar conciencia de que puede desplazarse y a la vez su madre sigue muy presente.
Dependencia compartida
Se da alrededor de los dos años y es cuando el niño puede hacer muchas cosas por sí mismo y a la vez comparte sus necesidades con sus padres. La madre sigue presente, sin embargo no hace todo por el niño, permite que actúe.
La madre es la persona que a través de lenguaje verbal y paralenguaje va identificándose con el bebé y el niño. El paralenguaje es una comunicación recíproca y silenciosa que provee al infante y al niño de confianza y lo protege de sus temores e inseguridades.
La madre debe seguir presente ya que el niño a la vez que la busca, se aleja y le participa su paradero y todas las nuevas cosas que aprende.
Por otra parte, cabe comentar que el vínculo madre-hijo cuando es seguro para el infante, mayor es la probabilidad de que éste practique una conducta exploratoria independiente. Ya sea que la madre esté o no físicamente presente, el niño que vivencia un vínculo seguro será capaz de llevar a cabo conductas propias. Esta seguridad la internaliza y le brinda un fuerte apoyo para su desarrollo integral.
En las familias con dos progenitores, los niños normalmente perciben a la madre como la fuente primaria de crianza y al padre como la fuente primaria de autoridad y disciplina. En las relaciones paterno-filiales monoparentales, es decir en donde sólo está presente uno de los padres, el
progenitor tiene que combinar ambos papeles.
Con base en lo anterior, es prudente mencionar que la madre soltera se concibe como un fenómeno social que generalmente se desencadena por hogares (de la madre) provenientes de desunión, exceso de autoritarismo, monoparentales u orfandad. Estos rasgos pueden provocar en la mujer sentimientos de soledad, desprotección y abandono, mismos que la orillan a buscar compañía, consciente o inconsciente, concibiendo un hijo. Si la madre soltera no cobra conciencia del amor al hijo y le proyecta sus problemas psicológicos le puede generar problemas posteriores, en lugar de una unidad integral de desarrollo a través de la educación.
Algunas de las posibles consecuencias que presentan los hijos de madres solteras son:
Ø Rechazo social y familiar como consecuencia de las conductas maternas
Ø Desconocimiento del padre y por lo tanto falta de la presencia masculina para identificación
Ø Sobreprotección o descuido materno
Ø Escasez o insuficiencias económicas que se derivan en problemas físicos, cognoscitivos, afectivos, sociales, espirituales, etc.
Por lo tanto, se puede concluir que la madre es figura trascendente para el desarrollo de los hijos, con el acompañamiento del padre. La presencia materna es crucial y necesaria para cualquier ser humano y como tal es la transmisión del amor vivificado y plenificado en otros seres.
Su responsabilidad es tal, que influye en cualquiera de los aspectos del desarrollo del hijo: físico, motriz, lenguaje, afectivo, cognoscitivo, social, espiritual y trascendente.
Lo anterior confirma que lo natural al ser humano es el establecimiento de una estructura familiar con ambos padres, ya que la presencia de ambos promueve, con mayor seguridad una integralidad en el desarrollo de los infantes y los niños plasmado a través del medio educativo.
Fuentes
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KINDLON, Dan y THOMPSON, Michael., Educando a Caín: cómo proteger la vida emocional del varón., Madrid., Ed. Atlántida., 2000., 350 p.
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MEECE, Judith L., Desarrollo del niño y del adolescente para educadores., México., Ed. Mc Graw Hill., 2000., 394 p.
PAPALIA, Diane E.; WENDKOS OLDS, Sally; DUSKIN FELDMAN, Ruth., Desarrollo Humano., México., Ed. Mc Graw Hill., 2004., 785 p.
SANTROCK, John W., Infancia., España, Ed. Mc Graw Hill., 2003., 556 p.
WALLON, Henri., La evolución psicológica del niño., Barcelona., Ed. Crítica., 2000., 178 p.
Nota técnica elaborada por Itziar Zubillaga Ruenes
enero 2006
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